UN AVANCE MEDICO: HISTORIA DE VIDA
El mundo nuevo de los sonidos
Daniel Canale tenía a su hija Luciana en brazos cuando el médico le estimuló por primera vez los electrodos del implante coclear. La beba, que entonces tenía tres años, dio un respingo. Fue la señal de que había percibido algo que nunca antes había sentido. Había empezado a oír. Primero hizo un gesto de sorpresa, me miró, me apretó el brazo y se acurrucó, como si tuviera miedo, recordó Canale. Después empezó a señalarse la oreja con el dedo. Y miraba a sus papás como diciéndoles: Los estoy escuchando. Para Daniel y su mujer, Mariana Tognetti, eso fue lo más parecido a la felicidad.
El caso de Luciana es bastante particular. Tanto ella como su hermanita Natalia, de 14 meses, nacieron sordas. Daniel y yo somos portadores de un gen que produce hipoacusia. Se da un caso en un millón de parejas que justo los dos tengan ese gen, se lamentó Mariana.
Hasta el implante, Luciana se las arregló bastante bien para llevar la voz cantante en los juegos con sus primitos. Con alma de líder, logró que no sólo la obedecieran, sino que ellos se acomodaran a su lenguaje de señas y gesticulaciones.
Cuando empezó a conectarse con los sonidos, toda la familia empezó a girar en torno a las cincuenta palabras que aprendió desde que fue sometida a un implante coclear, diez meses atrás.
Mamá, papá, agua, fueron las primeras que aparecieron en su diccionario. Y ahora que va a un jardín de infantes común, se aceleraron los tiempos de aprendizaje. Mariana y Daniel se muestran contentos por los avances de la nena. Para ellos, la posibilidad de los implantes cocleares es lo más parecido a un milagro que se renueva todos los días.
Es shockeante que te digan que tu hijo no escucha, dice Mariana, estrujando a Natalia, que dentro de cuatro meses ya podrá recibir su implante coclear. Estos chiquitos necesitan mucha más atención que otros. Y en las cosas cotidianas: si vas de un cuarto a otro, no te escuchan, no saben dónde estás y se angustian, contó la mamá de las nenas. No sólo eso, teníamos que estar muy atentos a lo que Luciana miraba porque de pronto te pedía algo y vos no sabías qué era. Era todo un tema, pero no queríamos que se sintiera frustrada. Luciana no tiene problemas de sociabilidad. Ayer, en el Hospital Garrahan, jugaba y corría por todos los rincones con su vestidito azul. Está más independiente, más segura, aclaró la mamá, como si hiciera falta. La misma independencia que esperan para Natalia que, por ahora, escudriña el mundo sólo con sus ojazos azules. Por ellos ve la sonrisa de su mamá y unas caras que le hacen morisquetas y gestos con bocas que, tan sólo por ahora, parecen mudas.
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